segunda-feira, 31 de julho de 2017

Más se perdió en Cuba




Más se perdió en Cuba


Uno par de meses antes del 525º aniversario de la llegada de Colón a América se me da por escribir sobre la Guerra entre EEUU y España, al final del siglo XIX. ¿Y por qué?

Bueno, pues porque quiero mostrar que, con estas batallas ganadas por los norteamericanos, se cierra el ciclo de dominación española en América - y en las Filipinas - y surgen los EEUU como potencia mundial.

Primero, ¿por qué "hispano" y "americana"? Los españoles siempre denominaron a los estadounidenses del modo que a ellos -los habitantes de los EEUU - les gusta llamarse: "americanos", como si el resto del continente no existiera, o peor todavía, como si el resto de América les perteneciera. El tema es la guerra entre España y los Estados Unidos, que de algún modo permite a la nación del norte convertirse en una potencia extracontinental e imperialista.

España imperial
España se unifica como nación en el siglo XV. La política de alianzas matrimoniales de los Reyes de España con otras dinastías europeas y la llegada a América de Cristóbal Colón, lanzan a España a un proceso de expansión en Europa, en América y en el Pacífico. Durante los siglos XVI y XVII España es la potencia hegemónica europea; controla Holanda, Bélgica, el sur de Italia y Sicilia, parte de Alemania y Austria. Las guerras, y sus gastos en hombres y dinero, debilitan a España en Europa y en 1700, cuando muere Carlos II, último rey de los Habsburgo, pierde toda Europa salvo las Islas Canarias y Baleares. España deja de ser la primera potencia mundial. Pero sus extensas colonias en América la hacían aún una potencia importante. Bajo la dinastía francesa de los Borbones, España casi no participa en guerras salvo la de Ia independencia de los EEUU al lado de los colonos. La relativa prosperidad cesa con la Revolución Francesa. La invasión napoleónica de España reemplaza a los Borbones por el hermano del emperador francés, y provoca el alzamiento del pueblo en mayo de 1808.

Con los reyes presos en Francia, un Consejo de Regencia toma el control del país. Las influencias liberales de la Revolución Francesa generan un movimiento constitucionalista que termina en las Cortes de Cádiz de 1812. Las Cortes aprueban la constitución liberal de 1812 que suprime privilegios de la nobleza y el clero y establece un sistema democrático y liberal. Al final de la guerra contra Napoleón (1808-1814), el país está arruinado y dividido. Vuelve al trono Fernando VII, que anula la Constitución de 1812 y abre un periodo de luchas entre absolutistas y liberales. Al mismo tiempo, en la América española, empieza la lucha por la independencia. La muerte de Fernando VII en 1833, abre la guerra civil entre los absolutistas  partidarios del príncipe Don Carlos, hermano de Fernando VII, llamados los "Carlistas", y los partidarios liberales de la Reina Isabel II, hija de Fernando VII, llamados "Isabelinos". La economía se paraliza y el país se arruina. Tras la victoria de los liberales, empieza un periodo de sucesivos golpes militares, unos liberales y moderados, otros más progresistas. Cada golpe de estado produce un cambio de constitución. Sólo trás el golpe del general O'Donnell, en 1854, se implanta un régimen semidemocrático y conservador que pone por un tiempo en orden la economía y el ejército. La marina, con sus nuevas fragatas blindadas, se recupera del desastre de Trafalgar en 1805 y llega a ser la quinta del mundo. España se lanza a nuevas aventuras coloniales y olvida las penas pasadas. Salen expediciones a Méjico y a Indochina, en apoyo a Inglaterra y Francia. España ataca a Chile y Perú y gana las guerras del Pacífico, y en Africa contra los marroquíes. El ejército recupera su capacidad y el país vive la falsa ilusión de ser todavía una potencia mundial.

Pero las crisis que estallan en 1866 conducen a la Revolución de 1868 fomentada por militares positivistas como el general Serrano, Prim y el almirante Topete. Isabel II es derrocada y los Borbones expulsados del Trono. Se suceden seis años de cambios trágicos en España: una nueva monarquía, luego la Primera República y la dictadura del General Serrano. Nueva insurrección Carlista para restaurar la monarquía absoluta y revueltas "cantonalistas" en favor de una República Federal; después, la primera guerra de Cuba y las conspiraciones para restaurar a los Borbones. España vivía una época de caos.

El país, harto de las guerras, se inclina por la democracia liberal. España prospera y el ejército se mantiene al margen de la política. Los conservadores y liberales se suceden civilizadamente en elecciones. Se producen algunos pronunciamientos republicanos sin apoyo popular que son rápidamente sofocados, y el país vive con calma relativa. Así se llega a 1898, en la ilusión de ser aún una potencia mundial, hasta las revueltas en Cuba y Filipinas. Esta ilusión imperial de glorias pasadas sirve para entender la postura de España al iniciarse la guerra contra los Estados Unidos.
España y las colonias.
Los tres siglos de la colonización española de América es tan negativa como la pinta la leyenda negra que se difundió en Europa cuando España era potencia hegemónica, y menos positiva de lo que se escribía en España en los siglos XIX y XX. La monarquía española organiza los nuevos territorios a semejanza de la metrópoli: crea ayuntamientos y universidades; organiza virreinatos similares a los de la península y de las otras posesiones europeas; dicta leyes para Las Indias, incluso con algunas normas de protección a los indios y varias limitaciones al poder de los virreyes que, al menos en teoría, al terminar el mandato, eran sometidos al Juicio de Residencia para probar que su actuación había sido justa.

Sin embargo, empiezan a crecer los deseos de autogobierno en la mayoría de las provincias americanas. Con la Guerra de Independencia de los EEUU crece el deseo de autonomía de las colonias españolas, lo que será detonado definitivamente en la guerra contra los franceses entre 1808 y 1814. La ausencia de los reyes de España, secuestrados por Napoleón, obliga a crear órganos de gobierno provisorio en todas las provincias españolas, peninsulares o ultramarinas. Esta experiencia de autogobierno en las provincias americanas origina las primeras resistencia a las autoridades españolas. La vuelta al trono del absolutismo de Fernando VII mata la experiencia y mueve a América hacia un camino sin retorno en favor de su independencia. Sus promotores son indios, mulatos y colonos pobres, junto a miembros de la aristocracia criolla -europeos nacidos en América- más poderosa; y muchos de los militares nacidos en las colonias que habían luchado en España contra los franceses, como fue el caso de José de San Martín, que hizo sus armas en las batallas europeas contra Napoleón.

Las declaraciones de independencia a lo largo y ancho de América desbordan las tropas españolas en todas partes. Y tras una sangrienta lucha se proclama la independencia en cada uno de casi todos los territorios españoles después de dos décadas de guerra. La situación interna de España, y las luchas entre absolutistas y liberales, contribuye a la independencia de las colonias.

El golpe de gracia al sueño español de mantener América viene en 1820: las tropas que partirían para ultramar se sublevan en Cádiz en favor de la Constitución de 1812, acabando con el régimen absolutista.

Lograda la independencia, sólo Cuba, Puerto Rico y las Islas del Pacífico permanecen leales a España. La razón es que las dos islas del Caribe - las primeras colonizadas por España - tenían una fuerte presencia de españoles y grandes vínculos económicos con la metrópoli. En Filipinas, la permanencia era favorecida aún más por la inmensa lejanía.

Sin embargo, la reacción de las autoridades españolas en las islas tras la independencia de las demás colonias americanas fue de desconfianza. En España se decía que los reyes eran monarcas constitucionales en la península, y absolutistas en ultramar. Los nacidos en Cuba y Puerto Rico empiezan a sentir que, como españoles, no tienen las garantías de la Constitución que sólo valían en los territorios europeos. En ambas islas caribeñas surgen autonomistas y algunos quieren un autogobierno dependiente de la Corona Española, similar al de Canadá bajo la soberanía inglesa. Los miembros de la aristocracia y la burguesía peninsular con importantes intereses económicos en las dos Islas se oponen.

En Cuba, un grupo de independientistas se siente defraudado y pretende la independencia total de la isla o su anexión a los Estados Unidos. Por el contrario, otro grupo importante de cubanos es partidario de la permanencia con España y recluta voluntarios para luchar con los españoles contra los independentistas. Esto convirtie a la Guerra de Independencia Cubana en una verdadera guerra civil entre cubanos.

Sin embargo, las desastrosas políticas administrativas y económicas de España explican la frustración de cubanos y puertorriqueños y sus ansias de cambio. La administración de las islas seguía en manos de peninsulares que, en su mayoría, sólo querían enriquecerse rápido y regresar a España lo más pronto posible. Pocos cubanos o puertorriqueños integraban la administración y la mayoría de las recaudaciones fiscales de Puerto Rico y Cuba no se reinvertían en las islas. El último presupuesto de la administración española en Puerto Rico, antes de la autonomía, tenía una partida para la educación igual al sueldo del Capitán General.

En las islas del Pacífico no era distinto. Por la lejanía de la metrópoli la administración fue encomendada a los frailes que tenían más poder que los pocos funcionarios españoles. Los abusos del clero católico fue una de las causas fundamentales de la revuelta tagala. Las otras fueron la legítima aspiración de equiparar sus derechos políticos a los de los españoles y dirigir la administración de las Filipinas.

España en 1898.
Cuando se produce la voladura del crucero estadounidense Maine en el Puerto de La Habana, la opinión pública española no era consciente de las consecuencias que podría traer una guerra dirigida a tratar de conservar los restos del imperio.

A principios de 1898, España está en calma. Las obras de teatro y las zarzuelas agitan la vida cultural de las elites. Los acontecimientos de Cuba y Filipinas son algo lejano, aunque la gente apoya la presencia española en las islas. No está muy claro por que luchan los cubanos ni el poder económico y militar de los EEUU. Sigue soñando España, como en los años de Felipe II, que en un imperio donde nunca se ponía el sol.

El crucero Maine, seguía meciéndose en la bahía de La Habana más allá del tiempo de estancia previsto. Había llegado en visita de cortesía y se quedaba como garantía de la vida y la propiedad de los norteamericanos que se suponían amenazados por los conflictos en Cuba. La explosión del crucero ocurre el 15 de febrero de 1898. El Maine se hunde y el imperio español empieza a agonizar sin saberlo.

La prensa sensacionalista de ambos lado llama irresponsablemente a la guerra. El "The World" proclama: "La destrucción del crucero Maine es razón suficiente para dar orden de zarpar a nuestra flota hacia La Habana y exigir una indemnización en 24 horas bajo amenaza de bombardeo". El "New York Journal" pide acción militar. En España, "El País" replica: "El problema cubano no tendrá solución mientras no enviemos un ejército a los Estados Unidos". Los demás diarios españoles, como "El Correo Español", también piden la guerra. Desconocen el poder militar de los Estados Unidos y hacen comparaciones falsas entre las fuerzas navales de ambos países, supuestamente favorables a España.

Los EEUU encomienda a su embajador en Madrid, Woodford, negociaciar con España un armisticio, suprimiendo los "Reconcentrados", que era la concentración de campesinos en las ciudades controladas por las tropas españolas para sacarle a los rebeldes víveres y apoyo. Esas ciudades se había convertido en campos de concentración; además EEUU exigía el autogobierno cubano. La mayoría de los españoles considera el pedido una afrenta a la soberanía de España. Pero el gobierno español suprime los "Reconcentrados" y propone un armisticio.

Los EEUU, aún así no satisfecho, propone lisa y llanamente comprar a España la isla. El rechazo español deja una situación sin salida. Enseguida, la comisión americana que investiga el hundimiento del Maine, levanta la tesis de una explosión provocada y la opinión pública norteamericana presiona para que EEUU intervenga en Cuba. Mientras, en España, hay elecciones que la ganan los liberales. Las fiestas de la aristocracia y los carnavales en las calles de España muestran que se confiaba que no habría guerra.

España, presionada por las potencias europeas, acepta el armisticio, pero los rebeldes cubanos lo rechazan. El 11 de abril, MacKinley lee su mensaje al Congreso, pidiendo autorización para imponer un gobierno "capaz de mantener el orden en Cuba", con el uso del ejército y la marina de los Estados Unidos.

En España la gente sale a la calle en patrióticas a los gritos de "¡A Nueva York!". El Ministro de la Guerra declara "que el ejército americano venga España para demostrarles el heroísmo del pueblo". Patriótica estupidez que ignora el poder de los Estados Unidos.

Una semana después, el Congreso de los EEUU aprueba una resoluciónque le da plenos poderes al presidente William MacKinley. Y, en la noche del 20 al 21 de abril, las autoridades españolas en Cuba reciben ultimátum exigiendo la renuncia española a la isla en el plazo de tres días. El gobierno español rompe relaciones diplomáticas entre los dos países. La flota norteamericana ya está a 16 kilómetros de la costa cubana y captura varios barcos mercantes españoles antes de declarar la guerra.

El 23 de abril España declara la guerra, y la gente cree que Dios está con los españoles. En los púlpitos los sacerdotes invocan el auxilio divino, pero los cielos no le hacen caso a sus ruegos. Empieza el ocaso del imperio.

Igual a lo que ocurriría ocho décadas después en la guerra entre Argentina y Gran Bretaña por las Islas Malvinas, la prensa amarilla de España hizo un trabajo de desinformación sobre las capacidades militares del ejército y la marina de los EE.UU. imaginando que la flota española era superior a la norteamericana. Sólo los republicanos y socialistas advertían sobre la verdadera potencia militar de los EE.UU. y el error fatal de la guerra para España.

El gobierno de España, igual que la dictadura militar argentina en 1982, sabía la inferioridad española, pero no huyó de la guerra. El gobierno temía dejar las islas sin lucha y crear así una situación revolucionaria en España que acabara con la dinastía reinante. Otra razón era que esperaba el apoyo de las potencias europeas contra la intromisión de los EE.UU. en un asunto de una potencia europea. Ignoraba la monarquía española lo que se llamaría la doctrina Monroe de "América para los americanos", que los de EEUU siempre entendieron como "América para los norteamericanos".

El gobierno español siempre supo que la independencia de Cuba era inexorable. Pero una salida unilateral podría producir tensiones en el ejército y en el pueblo. La prolongación de la guerra contra los independentistas cubanos llevaría a la bancarrota del estadoespañol. La sangría de vidas en la guerra era insostenible - de 1895 y 1898 habían llevado a Cuba, Puerto Rico y Filipinas más de 220.000 hombres, y hubirieron unos 60.000 muertos, casi todos por enfermedad. Los conservadores querían seguir la guerra contra los independentistas "hasta el último hombre y hasta la última peseta". Los gobiernos liberales querían abandonar Cuba sin que pareciera una claudicación, pero no hallaban la ocasión. La voladura del crucero Maine y la invasión de los EE.UU. fue la excusa bélica que el gobierno esperaba para perder Cuba en una guerra rápida, a sabiendas de la inferioridad militar española.

Con la derrota, el honor español quedaba a salvo, pero habian perdido todo el imperio. Aún así, y a pesar de lo temido por el gobierno, la pérdida de todas las provincias del ultramar no produjo ninguna reacción popular contra la realeza.

Por otro lado, igual que le ocurriría a la dictadura militar argentina en la guerra de las Malvinas de 1982, ninguna de las potencias europeas apoyó a España contra los EE.UU. La diplomacia española del siglo XIX, ante el ocaso previsto de su imperio, era sencilla: habiendo un problema exterior, si Gran Bretaña y Francia se ponían de acuerdo, España apoyaría a ambas potencias; si no había acuerdo, España se abstendría siempre de intervenir. España abandonó una política exterior propia y la supeditó a las de Francia e Inglaterra. España esperaba que, en reciprocidad, Francia como Inglaterra la apoyasen contra los EEUU. La realidad probó que tal principio era falso.

Los europeos, aunque desconfiaban ya del poderío creciente de los Estados Unidos, evitaron apoyar al principio a España porque confiaban que el ejército español en Cuba, que era superior al total de las tropas regulares de los EE.UU, derrotaría facilmente a los norteamericanos. Pero al final de la guerra, cuando ya empezaron a temer un ataque contra las costas españolas europeas, las potencias del viejo continente se preocuparon por la posible intervención norteamericana en Europa y presionaron a España para que aceptase las condiciones del Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898, por el que "España renuncia todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba". Además, dictaba el Tratado: "los Estados Unidos, mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el hecho de ocuparla, les impone el Derecho Internacional, para la protección de vidas y haciendas".

Más se perdió en Cuba
El final de la guerra tuvo serias consecuencias en la política española del siglo XX, porque la derrota afectó muy seriamente al país. El pueblo no entendía como una nación imperial y colonialista, de gran tradición militar, había sucumbido ante un país "de tenderos". La opinión pública, engañada por los diarios y los políticos, culpó de la derrota al ejército y la marina. A los soldados repatriados no se los recibió como héroes, si no que fueron insultados por los que habían permanecido en la península sin luchar.

La derrota trajo el enfrentamiento entre los políticos y el ejército, la pérdida de confianza de los españoles en el país, y el descrédito de los partidos tradicionales, lo que llevaría a la II República de 1931, y finalmente a la Guerra Civil de 1936 a 1939.

La crisis de 1898, sin embargo, lanzó a los más destacados intelectuales españoles de la "Generación del 98" a analizar críticamente la situación del país y a crear e movimiento del "Regeneracionismo". Querían dejar el fatalismo y luchar por un futuro mejor y más moderno. Sus efectos atravesaron los años de las guerras de Africa, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil y la Dictadura de Franco para que España comenzara a recobrarse, ochenta años más tarde del amargo 1898.

La historia no es tan simple como la cuentan hoy algunos peridistas "políticamente incorrectos" que se han metido a querer ser historiadores, repitiendo simplismos reaccionarios que no llevan en cuenta los procesos contradictorios y nunca lineales de la política, las ideologías y, sobre todo, de los movimientos sociales profundos, que siempre mueven los cursos de la historia.
JV

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