domingo, 24 de setembro de 2017

El Llanero Solitario, que no es el Zorro




El Llanero Solitario, que no es el Zorro


Un caballo blanco como la luz, un fiel compañero indio y el grito de “Hi-yo Silver Away!” - “Vamos, Plata!”- nos recuerdan de inmediato al “Llanero Solitario”, que cuenta las aventuras de John Reid y Toro.

Los más antiguos recordarán que se trataba de un programa de las primeras épocas de la radio y la televisión estadounidenses que se mantuvo durante mucho tiempo en escena. Fue ideado por George Trendle y desarrollado por el escritor Fran Striker.

El personaje es un "ranger" -un guardia de la Texas del viejo oeste norteamericano- interpretado originalmente por Paul Halliwell, que le daba su voz en la radio al jinete solitario que galopa a través del desierto para reparar injusticias con la ayuda del astuto y lacónico compañero, el nativo potawatomi.

En los primeros episodios radiofónicos, el Llanero actuaba solo. Pero en el 12º episodio aparece su amigo indio, que fue llamado “Tonto” en la version original,  y “Toro” en Hispanoamérica, en dónde el nombre original podría ser considerado fuertemente peyorativo, lo que además no hacía justicia a la personalidad inteligente del potawatomi.

En estos países, el nombre se cambió por el de “Toro”, aunque “Tonto” se ajustaba más a la onomástica de la lengua de los potawatomi, y en realidad, significa “The Wild One”. Según los autores de la serie, "el salvaje", un vocablo algonquin, propio de los potawatomis, la tribu de la cual Toro era originario y único sobreviviente. Esta, por lo menos, es la explicación que se escucha en la emisión radial de 1933, cuando los productores de la emisora WXYZ de Detroit le traen un compañero al Llanero Solitario.

El nombre fue elegido por el escritor Frank Striker. Y también cuentan que “Toro” le llamaba "Kemosabay" al Llanero, palabra que significa "Explorador Fiel", y que también la traducen como "Viajero leal" o "Gran explorador".

En Brasil la serie norteamericana del “Lone Ranger” fue presentada incorrectamente como “El Zorro” -nada más que porque el héroe usa una máscara negra para esconder su identidad- en las publicaciones lanzadas por la Editorial Ebal, hasta fines de la década del 70. Pero por causa de este desliz, el personaje terminó confundiéndose con la “verdadera” historia original del Zorro –que también es una ficción basada en hechos reales *-  que fue  presentada por la serie de televisión “O Zorro”, con el héroe auténtico de capa y espada, producida por Walt Disney. 
Otra confusión fue que el compañero del “Cavaleiro Solitário” también se llamase “Tonto”, pues la traducción original fue mantenida, lo que le causó un cierto malestar al personaje, ya que que en portugués la palabra “tonto” acabó teniendo la misma connotación peyorativa que en castellano. 

Por fin la nueva producción cinematográfica de Johny Depp parece darle a Toro su papel protagónico. Toro -que fue representado en la televisión por Jay Silverheel,  un indio puro de la raza Mohawk, nacido  en una de las seis naciones de la reserva indígena de Brantford, en Ontario, Canadá- recupera toda su fuerza de justiciero leal.

JV, São Paulo, 24 de agosto de 2013.

Ver la historia de El Zorro en: 

sexta-feira, 22 de setembro de 2017

Los guaraníes, la Sierra de la Plata y el Rey Blanco

Los guaraníes, la Sierra de la Plata y el Rey Blanco

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Los guaraníes, la Sierra de la Plata y el Rey Blanco

Los guaraníes del litoral marítimo brasileño contaban que muy hacia el oeste de sus tierras existía un territorio riquísimo, el de los caracaraes, que eran los dominios del llamado Rey Blanco, lugar en donde había una gran sierra de plata maciza, bañada por diversos ríos de oro y otras tantas e indecibles maravillas de la naturaleza.

Los incas irradiaban por entonces su esplendor y un poder avasallador por toda la América del Sur en tiempos anteriores a la conquista española.

Fue la época en la que los guaraníes realizaron grandes emigraciones hacia los territorios del actual Perú con la intención de conquistarlos, pero fueron expulsados. Algunos grupos guaraníes, ya de vuelta hacia las costas atlánticas, se establecieron en el Gran Chaco y en las actuales tierras paraguayas. De regreso a las costas del Brasil, los guaraníes se dedicaron a divulgar la fama de la Sierra de la Plata y de las ricas minas de Charcas, en el actual territorio boliviano. Las noticias, a su vez, eran aumentadas y deformadas por las fantasías del imperio incaico sobre el cerro Saigpurum, luego llamado Potosí por los españoles.

Los exploradores portugueses y españoles - en disputa por las tierras que hoy conforman el sur de Brasil, Paraguay, Uruguay y las tierras orientales argentinas- suponían que, si entraban por el Río de la Plata,  podrían cargar sus barcos, llenándolos con los metales preciosos que irían a encontrar en el camino. Crecía el delírio de los europeos imaginándose como serían los súbditos del famoso Rey Blanco que, según lo que contaban los deslumbrados guaraníes, usaban coronas de plata y grandes planchas de oro colgadas del cuello.
Los adelantados españoles se deslumbraban con las constantes noticias traídas por los indios sobre la Sierra de la Plata y que hablaban del imperio grandioso en el occidente, en el rumbo de una larga cordillera de enormes montañas, custodiado por un  dragón invencible, que muchos, más realistas y estudiados, pensaban que se trataba nada más que de la impenetrable selva del enorme território del Gran Chaco.

Hacia el año 1516,  tres barcos volvían a España navegando por el río Paraná-Guazú después de haber descubierto el inmenso río al que Juan Díaz de Solís llamó Mar Dulce, luego conocido como Río de la Plata. 
Pero ocurrió que los restos del Solís y de gran parte de la tripulación quedaron por allí mismo, después de una matanza de la cual solo se salvó el grumete Francisco del Puerto. 
Más tarde la pequeña flota pasó por la isla Yurúminrín que luego Sebastian Caboto llamaría con el nombre de Santa Catalina, frente la costa de la Tierra de los Patos en los mares del sur brasileño. 
Una de las carabelas se atrasó y naufragó en el Puerto de los Patos, en la costa frente a la isla, quedando allí abandonados a su propia suerte dieciocho tripulantes.

Continuará.

Javier Villanueva, São Paulo, 21 de septiembre de 2017.

Bibliografía:

Domínguez, Manuel. El alma de la raza.
Fernández de Castillejo, Federico. La ilusión de la conquista. Atalaya. Buenos Aires, 1945.
Fitte, Ernesto J. Hambre y desnudeces en la conquista del Río de la Plata. Academia Nacional de la Historia. Bue-nos Aires, 1980.
Gandía, Enrique de. Historia crítica de los mitos de la conquista de América.
Rubio, Julián María. Exploración y conquista del Río de la Plata : siglos XVI y XVII. Salvat, 1953.

terça-feira, 19 de setembro de 2017

Don Ramón del Valle-Inclán, el funeral y los esperpentos


Don Ramón del Valle-Inclán, el funeral y los esperpentos

Don Ramón María del Valle-Inclán y Montenegro, nacido en Arosa, Galicia, en 1866 y muerto en 1936 en Compostela, fue el nombre con el que se hizo conocer el escritor  Ramón José Simón Valle Peña, poeta, dramaturgo y novelista, y un gran renovador de todos esos géneros literarios. 
Valle-Inclán es la cumbre del modernismo español y el creador del esperpento, que es un género teatral y también un punto de vista, o mejor, toda una concepción del mundo y de la vida. 
Como bien lo explica Valle en Luces de Bohemia una obra teatral en la que se encuentran todas las claves de su arte-, "el sentido trágico de la vida española sólo puede ofrecerse con una estética sistemáticamente deformada", como en los espejos que la reflejan con distorsiones, como un "esperpento", o sea, como algo grotesco y desatinado. 
"Esperpento", según la primera acepción del DRAEsignifica eso mismo, un "hecho grotesco o desatinado". El origen de la palabra es desconocido y, según el filólogo Joan Corominas – autor del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico-, nadie ha investigado su etimología.
Ya en su edición de 1970, el DRAE oficializa la definición del términoesperpento: "Género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, escritor español de la generación del 98, en el que se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado".
Y Valle va destilando su esperpento a medida que se aleja y deforma a propósito los cánones modernistas. En Las palabras de la tribuFrancisco Umbral escribe: "Valle tremendiza a Rubén - Darío-, principia a hacer la estética del horror. (…) Todo el Valle mejor parece escrito, sí, con la mano zurda que le falta, y esto es lo que da deformación a su obra, como él quería, más que los espejos del callejón del Gato". 
Hoy podemos decir que, aunque el genial escritor gallego sólo catalogó como "esperpentos" cuatro de sus obras -Luces de bohemiaLos cuernos de don FrioleraLas galas del difunto y La hija del capitán, las tres últimas publicadas en Martes de Carnaval-, el corazón del género lo encontramos, de un modo más o menos claro, en Divinas palabras,  su comedia más goyesca, con su idiota hidrocéfalo, sus gritos y su latín venciendo a la mujer desnuda, así como en las novelas que integran su inconcluso El RuedoIbérico.
Más tarde, Rafael Alberti, en su poema dedicado a Goya, crea un derivado de la palabra esperpento: "Y la Borbón esperpenticia, con su Borbón esperpenticio". Y recuerda los retratos de Carlos IV y de la reina María Luisa. Y sus pinturas negras. El pintor zaragozano animalizó, cosificó, exageró y caricaturizó en sus obras. Digamos entonces que la génesis del esperpento es plástica y pictórica; su idealización y conceptualización, literaria *. Aunque dicen que el término ya se usaba a finales del siglo XIX para definir un "desatino literario", es nuestro Ramón María del Valle-Inclán quien, en Luces de bohemia, acuña su definición más completa, viva y personal:
MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
Y como veremos enseguida, él mismo, el escritor Valle-Inclán, es una creación esperpéntica, con su singular figura, su barba larguísima, su melena y un rengueo sospechoso, sobre el cual hizo circular todo tipo de leyendas, incluyendo la de un duelo que seguramente nunca existió.

La muerte y el entierro. Esperpénticos

El caso es que el 7 de marzo de 1935 don Ramón del Valle-Inclán y Montenegro, conocido ya como el más grande de los escritores nacidos en Galicia, y uno de los más grandes de toda la literatura española, llega a Compostela desde Madrid, donde habitualmente vive. Él no lo sabe, claro, pero don Ramón viene para morirse en su tierra natal. 
Valle-Inclán se aloja en el hotel Compostela, pero enseguida debe ser internado en el sanatorio del doctor Manuel Villar Iglesias, del otro lado de la calle, al lado del café Derby, para tratarse con urgencia de un cáncer de vejiga.
Al principio del tratamiento siente una mejoría y pasa los meses de calor en tertulias en el Derby, paseando por la Alameda y escapándose con los viejos amigos a otras ciudades de su querida Galicia. Pero la enfermedad reaparece con más fuerza y en noviembre los síntomas son ya muy preocupantes, teniendo que permanecer en cama, otra vez internado en el sanatorio.

Ocurre entonces que la ciudad de Santiago de Compostela se divide en dos bandos irreconciliables alrededor de un tema que ambas partes consideran como algo de vital importancia: hay que decidir si Valle-Inclán debe confesarse y morir como un buen católico, o no.
No nos olvidemos que Compostela es la ciudad del Apóstol Santiago, una de las tres grandes capitales del mundo cristiano, después de Roma y Jerusalén. El clero y en torno suyo todas las fuerzas conservadoras y reaccionarias de la ciudad no están dispuestos a dejar que el creador de los esperpentos lleve hasta las últimas consecuencias su ateísmo. Además, según esta derecha local, se trata de un ateísmo al que ellos no consideran auténtico y que atribuyen a la simple vanidad de Valle-Inclán de no querer empañar a última hora su imagen de escritor anticlerical. Para tratar de impedir que el escritor se muera sin los últimos sacramentos mandan un cura a la habitación del enfermo. 
Pero ocurre que los del otro bando, los de la izquierda, que persigue el triunfo de que el escritor muera sin confesión justamente en la meca de los curas y su religión, mantienen día y noche la puerta de la habitación bien defendida. En varias ocasiones trata el cura de entrar, pero en todas ellas es eficazmente rechazado. 
Finalmente el enfermo se muere sin la confesión el 5 de enero de 1936.
Las fuerzas vivas de la derecha conservadora de Santiago de Compostela se niegan entonces a rendirle cualquier tipo de homenaje al ilustre fallecido. 
Ni el Ayuntamiento ni la Universidad mandan sus representantes al sepelio ni autorizan ninguno de sus edificios para instalar la capilla ardiente que don Ramón del Valle-Inclán se merece. 
Pero los del bando de la izquierda se mueven con eficacia para hacerle un entierro colosal en el que se muestre la fuerza de la solidaridad obrera. Se organizan vagones especiales en los trenes y los coches de línea se desvían o amplían su recorrido, de modo tal que a Compostela puedan llegar miles de personas de toda Galicia que ocupan literalmente toda la ciudad.

Pero el tiempo meteorológico no ayuda. Las aguas tempestuosas caen súbitamente sobre la ciudad y toda esta imagen de fuerza del bando de la izquierda queda subitamente desarticulada. 
A las cinco de la tarde sale el cajón con el muerto ilustre del sanatorio entre vientos, truenos, relámpagos y un aguacero torrencial, en un cuadro digno del cuadro más tenebroso de Goya. El coche que lo lleva hasta el cementerio de Boisaca, a unos dos kilómetros del centro de la ciudad, pero el cortejo fúnebre no es ni sombra de lo que podría haber sido con mejores condiciones meteorológicas.
Y cuando ya se se aproxima al cementerio, para agregar más Goya y esperpentos al cuadro, se encuentra el cortejo con un grupo de fascistas que en un intento de deslucir el acto fúnebre organizaron un entierro paralelo. Llevan un perro muerto y se proponen enterrarlo al lado del escritor, pues dicen que, al ser un animal tampoco él necesita de sacramentos ni de un cura. Se arma un gran revuelo, pero como el grueso de los obreros más radicales se quedaron en la ciudad, los contrincantes no llegan a los hechos.
Llegan por fin al cementerio de Boisaca, y ya al lado de la fosa, a la incierta luz de unas velas, el espantoso aguacero acelera la rápida llegada de la noche invernal. Y es entonces que ocurre el más grotesco de los esperpentos
Al ir a bajar el féretro, un joven izquierdista nota de pronto que encima de la tapa alguien colocó un crucifijo. Se lanza a arrancarlo y en su precipitación desastrada ambos, joven y ataúd, ruedan juntos hacia las entrañas de la tierra, quedando expuesto el cadáver a través de las tablas rotas.
Ya es muy de noche cuando los sepultureros terminan de tapar de tierra la fosa.
Sobre la tierra se colocará más tarde una gran losa de granito, que allí está hasta el día de hoy. Y como bien describe Antón Rodicio en su relato de estos hechos, eso es lo único que la contradictoria Compostela, le dio al más ilustre de todos los escritores gallegos.  (JV)

*
Aunque el 1920 de Valle-Inclán y el 1797 de Goya eran obviamente eras muy diferentes, usaron un lenguaje visual parecido para describir sus mundos.  Además, vivieron épocas en constante cambio, por la industrialización y el capitalismo masivo.  Este cambio social constante es lo que reflejado por Goya se convierte en dibujo grotesco y por Valle-Inclán en esperpento.
En "Los Caprichos", hasta las figuras humanas supuestamente normales se ven deformadas, con expresiones exageradas y proporciones indefinidas.  Lo que no se encuentra enfocado en luz blanca se distorsiona, dando a los animales la apariencia de caricaturas y a los seres humanos un aspecto monstruoso (por ejemplo, los animales en "El sueño de la razón" y las caras humanas en "No hubo remedio").  Francisco de Goya usa el estilo grotesco que ha definido para comentar sobre elementos espantosos del carácter humano y del mundo en que vivía. 
Valle-Inclán, de una manera parecida, define sus personajes a grandes rasgos.  Los personajes que no son centrales al trama tienen un aspecto que les define, como comerciante, revolucionario, o mujer en luto, y Max Estrella, como el personaje principal, es un artista idealizado.  Estos personajes se encuentran descritos en términos fantasiosas o cubistas, con cuerpos a veces deformados por la luz.   

Vea más en Carlos G. Reigosa, Javier del Valle-Inclán, José Monleón, “La muerte de Valle-Inclán. El último esperpento”, Ed. Ézaro, 2008.

segunda-feira, 11 de setembro de 2017

El Mundial olvidado de 1942.

El Mundial olvidado de 1942.


Todo empieza con el hallazgo en las excavaciones paleontológicas de Villa El Chocón, en la Patagonia Argentina, de un esqueleto humano entre fósiles de dinosaurios. Junto a la osamenta, una cámara que ha guardado durante casi 60 años un documento de inestimable valor histórico: el rodaje de la final del Mundial jugado en la Patagonia en 1942, a miles de kilómetros de distancia de una Europa que luchaba por a hacer frente a la amenaza del nazismo. Un hito en la historia del fútbol, durante décadas rodeado de misterio, nunca reconocido por los organismos oficiales del deporte y que, con la aportación de figuras como Jorge Valdano, Roberto Baggio o Gary Lineker, ahora desvela este documental que se suma a la programación del OffsideFest. 

Ver más en: http://www.offsidefest.com/entrevista-a-lorenzo-garcella-y-filippo-marcelloni-directores-de-il-mundial-dimenticato/


Leí un poco sobre lo que nos cuenta el sitio de internet que menciono más arriba, y también recibí un regalo de mi prima Muñeca; es un texto que me provoca los sentimientos más comórbidos que se puedan imaginar: la pasión por la historia y la adicción por las letras. La tentación de resbalar siempre entre la verdad y la mentira. Imaginación o memória. (JV)


El Mundial olvidado de 1942

"El Mundial de 1942 no figura en ningún libro de historia pero se jugó en la Patagonia argentina sin sponsors ni periodistas y en la final ocurrieron cosas tan extrañas como que se jugó sin descanso durante un día y una noche, los arcos y la pelota desaparecieron y el temerario hijo de Butch Cassidy despojó a Italia de todos sus títulos.

Mi tío Casimiro, que nunca había visto de cerca una pelota de fútbol, fue juez de línea en la final y años más tarde escribió unas memorias fantásticas, llenas de desaciertos históricos y de insanías ahora irremediables por falta de mejores testigos.

La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra.

Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido.

Hacia abril, cuando bajó el calor y se calmó el viento del desierto, llegaron sorpresivamente los electrotécnicos del Tercer Reich que instalaban la primera línea de teléfonos del Pacífico al Atlántico. Con ellos traían una punta del cable que inauguraba la era de las comunicaciones y la primera pelota del mundo a válvula automática que decían haber inventado en Hamburgo.

Luego de mostrarla en el patio del corralón para admiración de todos desafiaron a quien se animara a jugarles un partido internacional. Un ingeniero de nombre Celedonio Sosa, que venía de Balvanera, aceptó el reto en nombre de toda la nación argentina y formó un equipo de vagos y borrachos que volvían decepcionados de buscar oro en las hondonadas de la Cordillera de los Andes.

El atrevimiento fue catastrófico para los argentinos que perdieron 6 a 1 con un pésimo arbitraje de William Brett Cassidy, que se decía hijo natural del cowboy Butch Cassidy que antes de morir acribillado en Bolivia vivió muchos años en las estancias de la Patagonia con el Sundance Kid y Edna, la amante de los dos.

No bien advirtieron la diversidad de países y razas representados en ese rincón de la tierra, los alemanes lanzaron la idea de un campeonato mundial que debía eternizar con la primera llamada telefónica su paso civilizador por aquellos confines del planeta. El primer problema para los organizadores fue que los italianos antifascistas se negaban a poner en juego su condición de campeones porque eso implicaba reconocer los títulos conseguidos por los profesionales del régimen de Mussolini.
Algunos irresponsables, ganados por la curiosidad de patear una pelota completamente redonda y sin tiento, se dejaban apabullar por los alemanes a la caída del sol mientras la línea del teléfono avanzaba por la cordillera hacia las obras del dique: un combinado de almaceneros gallegos e intelectuales franceses perdió por 7 a 0 y un equipo de curas polacos y desarraigados guaraníes cayó por 5 a 0 en una cancha improvisada al borde del río Limay.

Nadie recordaba bien las reglas del juego ni cuanto tiempo debía jugarse ni las dimensiones del terreno, de manera que lo único prohibido era tocar la pelota con las manos y golpear en la cabeza a los jugadores caídos. Cualquier persona con criterio para juzgar esas dos infracciones podía ser el árbitro y así fue como mi tío y el hijo de Butch Cassidy se hicieron famosos y respetables hasta que por fin llegó el télefono.

Hubo un momento en que la posición principista de los italianos se volvió insostenible. ¿Cómo seguir proclamándose campeones de una Copa que ni siquiera reconocían cuando los alemanes goleaban a quien se les pusiera adelante? ¿Podían seguir soportando las pullas y las bromas de los visitantes que los acusaban de no atreverse a jugar por temor a la humillación?

En mayo, cuando empezaron las lloviznas, el capataz calabrés Giorgio Casciolo advirtió que con la arena mojada la pelota empezaba a rebotar para cualquier parte y que los enviados del Fuhrer, que ya probaban el teléfono en secreto y abusaban de la cerveza, no las tenían todas consigo. En un nuevo partido contra los guaraníes el resultado, luego de dos horas de juego sin descanso, fue apenas de 5 a 2.

En otro, los ingleses que colocaban las vías del ferrocarril se pusieron 4 goles a 5 cuando se hizo de noche y los alemanes argumentaron que había que guardar la pelota para que no se perdiera entre los espesos matorrales. A fin de mes los pescadores del Limay, que eran casi todos chilenos, perdieron por 4 a 2 porque William Brett Cassidy concedió dos penales a favor de los alemanes por manos cometidas muy lejos del arco.
Una noche de juerga en el prostíbulo de Zapala, mientras un ingeniero de Baden-Baden trataba de captar noticias sobre el frente ruso en la radio de la señora Fanny-La-Joly, un anarquista genovés de nombre Mancini al que le habían robado los pantalones se puso a vivar al proletariado de Barda del Medio y salió a los pasillos a gritar que ni los alemanes ni los rusos eran invencibles. En el lugar no habia ningún ruso que pudiera darse por aludido, pero el ingeniero alemán dió un salto, levantó el brazo y aceptó el desafío. El capataz Casciolo, que estaba en una habitación vecina con los pantalones puestos, escuchó la discusión y temió que la Copa de 1938 empezara a alejarse para siempre de Italia.

A la madrugada, mientras regresaban a Barda del Medio a bordo de un Ford A, los italianos decidieron jugarse el título y defenderlo con todo el honor que fuera posible en ese tiempo y en ese lugar. Sólo cinco o seis de ellos habían jugado alguna vez al fútbol pero uno, el anarquista Mancini, había pasado su infancia en un colegio de curas en el que le enseñaron a correr con una pelota pegada a los pies.

Al día siguiente la noticia corrió por todos los andamios de la obra gigantesca: los campeones del mundo aceptaban poner en juego su Copa. Los mapuches no sabían de que se trataba pero creían que la Copa poseía los secretos de los blancos que los habían diezmado en las guerras de conquista. Los ingleses lamentaban que sus enemigos alemanes se quedaran con la gloria de aquel torneo fugaz; los argentinos esperaban que el gobierno los sacara de aquel infierno de calor y de arena y en secreto tramaban un sistema defensivo para impedir otra goleada alemana. Los guaraníes habían hecho la guerra por el petróleo con Bolivia y estaban acostumbrados a los rigores del desierto aunque no tenían más de tres o cuatro hombres que conocieran una pelota de fútbol. También formaron equipos los curas y obreros polacos, los intelectuales franceses y los almaceneros españoles. Los franceses no eran suficientes y para completar los once pidieron autorización para incorporar a tres pescadores chilenos.

Los alemanes insistieron en que todo se hiciera de acuerdo con las reglas que ellos creían recordar: había que sortear tres grupos y se jugaría en los lugares adonde llegaría el teléfono para llamar a Berlín y dar la noticia. William Brett Cassidy insistió en que los árbitros fueran autorizados a llevar un revólver para hacer respetar su autoridad y como la mayoría de los jugadores entraban a la cancha borrachos y a veces armados de cuchillos, se aprobó la iniciativa.

Se limpiaron a machetazos tres terrenos de cien metros y como nadie recordaba las medidas de los arcos se los hizo de diez metros de ancho y dos de altura. No había redes para contener la pelota pero tanto Cassidy como mi tío Casimiro, que oficiarían de árbitros, se manifestaron capaces de medir con un golpe de vista si la pelota pasaba por adentro o por afuera del rectángulo.

El sorteo de las sedes y los partidos se hizo con el sistema de la paja más corta. La inauguración, en Barda del Medio, quedó para la Italia campeona y el aguerrido equipo de los guaraníes. Al otro lado del río, en Villa Centenario, jugaron alemanes, franceses y argentinos y sobre la ruta de tierra, cerca del prostíbulo, se enfrentaron españoles, ingleses y mapuches.

En todos los partidos hubo incidentes de arma blanca y las obras del dique tuvieron que suspenderse por los graves rebrotes de nacionalismo que provocaba el campeonato. En la inauguración Italia les ganó 4 a 1 a los guaraníes que no tenían otra bandera que la del Paraguay. En las otras canchas salieron vencedores los alemanes contra los franceses y los indios mapuches se llevaron por delante a los ingleses y a los almaceneros españoles por cinco o seis goles de diferencia.

Los dos primeros heridos fueron guaraníes que no acataron las decisiones de Cassidy. El referí tuvo que emprenderla a culatazos para hacer ejecutar un penal a favor de Italia. Al otro lado del río mi tío Casimiro tuvo que disparar contra un delantero mapuche que se guardó la pelota abajo de la camisa y empezó a correr como loco hacia el arco británico en el segundo partido de la serie. Los mapuches tuvieron dos o tres bajas pero ganaron la zona porque los británicos se empecinaron en un fair play digno de los terrenos de Cambridge.

La memoria escrita por mi tío flaquea y tal vez confunde aquellos acontecimientos olvidados. Cuenta que hubo tres finalistas: Alemania, Italia y los mapuches sin patria. La bandera del Tercer Reich flameó más alta que las otras durante todo el campeonato sobre las obras del dique pero por las noches alguien le disparaba salvas de escopeta. William Brett Cassidy permitió que los alemanes eliminaran a la Argentina gracias a la expulsión de sus dos mejores defensores. Es verdad que el arquero cordobés se defendía a piedrazos cuando los alemanes se acercaban al arco, pero ése era un recurso que usaban todos los defensores cuando estaban en peligro. Antes de cada partido los hinchas acumulaban pilas de cascotes detras de cada arco y al final de los enfrentamientos, una vez retirados los heridos, se juntaban también las piedras que quedaban dentro del terreno.

En la semifinal ocurrieron algunas anormalidades que Cassidy no pudo controlar. Los alemanes se presentaron con cascos para protegerse las cabezas y algunos llevaban alfileres casi invisibles para utilizar en los amontonamientos. Los italianos quemaron un emblema fascista y entonaron a Verdi pero entraron a la cancha escondiendo puñados de pimienta colorada para arrojar a los ojos de sus adversarios.

Cassidy quiso darle relieve al acontecimiento y sorteó los arcos con un dólar de oro, pero no bien la moneda cayó al suelo alguien se la robó y ahí se produjo el primer revuelo. El capitán alemán acusó de ladrón y de comunista a un cocinero italiano que por las noches leía a Lenin encerrado en una letrina del corralón. En aquel lugar nada estaba prohibido, pero los rusos eran mal vistos por casi todos y el cocinero fue expulsado de la cancha por rebelión y lecturas contagiosas. Antes de dar por iniciado el partido, Cassidy lanzó una arenga bastante dura sobre el peligro de mezclar el fútbol con la política y después se retiro a mirar el partido desde un montículo de arena, a un costado de la cancha.

Como no tenía silbato y las cosas se presentaban difíciles, él sólo bajaba de la colina revólver en mano para apartar a los jugadores que se trenzaban a golpes. Cassidy disparaba al aire y aunque algunos espectadores escondidos entre los matorrales le respondían con salvas de escopeta, el testimonio de mi tío asegura que afrontó las tres horas de juego con un coraje digno de la memoria de su padre.

Cassidy hizo durar el juego tanto tiempo porque los italianos resistían con bravura y mucho polvo de pimienta el ataque alemán y en los contragolpes el anarquista Mancini se escapaba como una anguila entre los defensores demasiado adelantados. Hubo momentos en que Italia, que jugaba con un hombre menos, estuvo arriba 2 a 1 y 3 a 2, pero a la caída del sol alguien le devolvió a Cassidy su dólar de oro en una tabaquera donde había por lo menos veinte monedas más. Entonces el hijo de Butch Cassidy decidió entrar al terreno y poner las cosas en orden.

En un corner, Mancini fue a buscar la pelota de cabeza pero un defensor alemán le pinchó el cuello con un alfiler y cuando el italiano fue a protestar, Cassidy le puso el revólver en la cabeza y lo expulsó sin más trámite. Luego, cuando descubrió que los italianos usaban pimienta colorada para alejar a los delanteros rivales, detuvo el juego y sancionó tres penales en favor de los alemanes. El capataz Casciolo, furioso por tanta parcialidad, se interpuso entre el arquero y el hombre que iba a tirar los penales pero Cassidy volvió a cargar el revólver y lo hirió en un pie. Un ingeniero prusiano bastante tímido, que había jugado todo el partido recitando el Eclesíastes, se puso los anteojos para ejecutar los penales (Cassidy había contado sólo nueve pasos de distancia) y anotó dos goles. Enseguida el hijo de Butch Cassidy dió por terminado el partido y así se le escapó a Italia la Copa que había ganado en 1934 y 1938.

Los alemanes se fueron a festejar al prostíbulo y ni siquiera imaginaron que los mapuches bajados de los Andes pudieran ganarles la final como ocurrió tres días más tarde, un domingo gris que la historia no recuerda. Ese día el teléfono empezó a funcionar y a las tres de la tarde Berlín respondió a la primera llamada desde la Patagonia. Toda la comarca fue a la cancha a ver el partido y el flamante teléfono negro traído por los alemanes. Un regimiento basado en la frontera con Chile envió su mejor tropa para tocar los himnos nacionales y custodiar el orden pero los mapuches no tenían país reconocido ni música escrita y ejecutaron una danza que invocaba el auxilio de sus dioses.

Mi tío, que ofició de juez de línea, anota en su memoria que a poco de comenzado el partido aparecieron bailando sobre las colinas unas mujeres de pecho desnudo y enseguida empezó a llover y a caer granizo. En medio de la tormenta y las piedras Cassidy pensó en suspender el partido, pero los alemanes ya habían anunciado la victoria por teléfono y se negaron a postergar el acontecimiento. Pronto la cancha se convirtió en un pantano y los jugadores se embarraron hasta hacerse irreconocibles. Después, sin que nadie se diera cuenta, los arcos desaparecieron y por más que se jugó sin parar hasta la hora de la cena ya no había donde convertir los goles.

A medianoche, cuando la lluvia arreciaba, Cassidy detuvo el juego y conferenció con mi tío para aclarar la situación. Los alemanes dijeron haber visto unas mujeres que se llevaban los postes y de inmediato el árbitro otorgó seis penales de castigo contra los mapuches pero nadie encontró los arcos para poder tirarlos. Una partida del ejército salió a buscarlos, pero nunca más se supo de ella. El juego tuvo que seguir en plena oscuridad porque Berlín reclamaba el resultado, pero ya ni siquiera había pelota y al amanecer todos corrían detrás de una ilusión que picaba aquí o allá, según lo quisieran unos u otros.

A la salida del sol el teléfono sonó en medio del desierto y todo el mundo se detuvo a escuchar. El ingeniero jefe pidió a Cassidy que detuviera el juego por unos instantes pero fue inútil: los mapuches seguían corriendo, saltando y arrojándose al suelo como si todavía hubiera una pelota. Los alemanes, curiosos o inquietos pero seguramente agotados, fueron a descolgar el teléfono y escucharon la voz de su Fuhrer que iniciaba un discurso en alguna parte de la patria lejana. Nadie más se movió entonces y el susurro alborotado del teléfono corrió por todo el terreno en aquel primer Mundial de la era de las comunicaciones.

En ese momento de quietud uno de los arcos apareció de pronto en lo alto de una colina, a la vista de todos, y las mujeres reanudaron su danza sin música. Una de ellas, la más gorda y coloreada de fiesta, fue al encuentro de la pelota que caía de muy alto, de cualquier parte, y con una caricia de la cabeza la dejó dormida frente a los palos para que un bailarín descalzo que reía a carcajadas la empujara derecho al gol.
William Brett Cassidy anuló la jugada a balazos pero en su memoria alucinada mi tío dió el gol como válido. Lástima que olvidó anotar otros detalles y el nombre de aquel alegre goleador de los mapuches.

Fuentes: El hijo de Butch Cassidy, de Osvaldo Soriano.

Publicado originalmente en el diario Página/12, éste cuento forma parte de "Cuentos de los años felices".
© 1993 Editorial Sudamericana

quinta-feira, 7 de setembro de 2017

Hugo Pratt en la Argentina


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Luego de 20 años de recorrer aventuras por mares y tierras, vivir revoluciones, buscar tesoros, Corto Maltés llega a Buenos Aires en 1923. Hugo Pratt cuenta en el álbum Tango no solamente esta aventura de Corto, sino también describe una Argentina viviendo una época económica de oro y de gran crueldad humana con el tráfico de prostitución descripto por el periodista Albert Londres en Los Caminos de Buenos Aires. Los dos especialistas hablarán del Corto Maltés, de sus aventuras porteñas y argentinas, de esta Argentina soñada y turbia pero también de su autor Hugo Pratt, quien vivió más de 10 años en este país.


Hugo Pratt en la Argentina


Por Gabriel Fernández *
LA SEÑAL MEDIOS, 19 julio de 2017

En 1949 Hugo Pratt llegó a la Argentina. El gran autor fue contratado por Editorial Abril. Si su producción resultó fructífera y brilló en cooperación con Héctor Germán Oesterheld, un dato relevante lo vincularía un poco más a esta tierra: se consustanció, o quizás se enamoró, de una Argentina que reflotaría una y otra vez en sus creaciones.

Tan es así que tiempo después situó, en una aventura temporalmente ubicada en 1924, a su máximo personaje, el Corto Maltés, en Buenos Aires.

Sin embargo, para los lectores de Conexión emerge una referencia singular, porque dibujó –a modo de fotografía turística- al romántico héroe en las esquinas de Pedro de Mendoza y Almirante Brown.

Durante un tiempo entonces, el Corto circuló por La Boca.

Y luego transitó otras regiones del entorno en una trama atractiva, melancólica y atravesada por momentos vibrantes que lo llevó por locales tangueros, estaciones de tren, caminos oscuros.

Pratt consiguió aprehender el ambiente porteño.

Como en sus otras historias, esa sensibilidad le permitió abordar la narración con veracidad.

Se ha señalado que una clave relevante de la secuencia del maltés surge de los datos cronológicos corroborables.

Conflictos bélicos, reyertas parciales, episodios con protagonistas que dejaron huella.

Es cierto, pero cabe indicar que el otro ingrediente es la naturalidad con la cual el autor ingresa a la historia, la deja desplegarse y asume los climas.

Sucede que Corto Maltés es una obra encantadora.

Fascinante.

Su lectura promueve emociones y al mismo tiempo ellas quedan envueltas en una calidez especial, acompasada por la ironía y la complicidad con un lector que si por un lado conoce el carácter esquivo de la figura, se sorprende ante circunstancias que, también, irrumpen ante los ojos del Corto.

INTERRROGANTES y DUALIDADES.

La pregunta que tantos seguidores se han hecho es, tomando en cuenta esos rasgos bien personales ¿qué mueve el andar del Corto Maltés?

Pratt juega con la discontinuidad entre el decir y el hacer.

El marinero afirma su búsqueda de riquezas y su desinterés por causas y luchas.

El marinero, ante cada desafío que se abre en su sendero, opta por acciones que le impiden acceder a los beneficios y se liga a banderas justas que no estimaba propias.

Es que la interioridad del maltés es digna.

Define su andar por encima de su voluntad.

Se adentra en situaciones que, más allá de lo previsto, exigen definiciones.

Y las definiciones son adoptadas por un esquema de valores que late en su ser y trascienden holgadamente los presupuestos fijados al inicio de la aventura.

Así, entre cobrar un suculento rescate por los pibes de una familia poderosa hallados a la deriva, opta por protegerlos y a través de un extenso zigzagueo, fomentar su libertad.

Así también, se compromete al traslado de una niña armenia amenazada por los controles turcos, en medio de disparos y amenazas.

Y así contribuye a dejar un puente hacia las nuevas generaciones de luchadores en el Matto Grosso, en vez de desentenderse de un problema inicialmente, ajeno.

Es el contraste entre los objetivos primarios del buscador de oro y su quehacer práctico lo que nos identifica con el maltés.

No es inexacto entonces comparar esa espiritualidad con la del orillero libre, anárquico y chusco, heredero del gaucho, en nuestra ciudad.

Especialmente en el Sur de Buenos Aires, donde esos personajes fueron articulando un modo de ser bravío y de difícil control para las autoridades.

Probablemente Pratt aprehendió esos rasgos y supo que se adaptarían a su creación.

Sin olvidar que, cuando alguien le pregunta por qué se inclina en tal o cual dirección, responda “por dinero”.

No se lo cree el Corto, lo lamenta su amigo – negativo Resputín, con quien compone una dupla admirable y psicológicamente intensa.

El andar de ambos es opuesto pero confluye.

La conjunción es muy distinta de otras parejas famosas, donde la armonía conceptual es limada sólo por las diferencias formales.

Aquí la distancia es de fondo, y sin embargo, deambulan juntos, insultándose, golpeándose, salvándose, por todo el orbe.

Vale un comentario. El maltés explica en un episodio que Rasputín “es malo, pero no lo sabe”.

A tal punto llega la admisión de la amistad contrastante, que cuando el salvaje ruso asesina innecesariamente a la dama de la cual Corto Maltés se había enamorado, a la vera de un tren, sobre un paisaje nevado, todo se resuelve con una buena pelea a las trompadas; pero luego de la reyerta, ambos siguen sus caminos, juntos.

Es decir, no hay crimen que Corto no termine perdonando a Rasputín, a pesar de operar en un sentido diametralmente opuesto.

Los valores intrínsecos del maltés lo llevan a favorecer la justicia, a arriesgarse por los débiles, a situarse naturalmente del lado popular de los acontecimientos.

Suele declamar lo contrario, y tales aspiraciones mercenarias son plasmadas por su compañero.

Todo, envuelto por un clima suave, en un andante que brinda el tono a las historias.

Como dato relevante, cabe indicar que las películas animadas realizadas en derredor del enorme invento de Pratt son leales a los originales y pueden disfrutarse sin prevención.

A quienes primero nos acercamos a la obra a través del dibujo original, puede sorprendernos gratamente el traspaso al movimiento, que se caracteriza por un respeto estricto del sentido profundo de la labor del historietista.

Como sabemos, no siempre es posible decir lo mismo cuando el papel se traduce en la pantalla.

GF

Hugo Eugenio Pratt nació en Playa de Lido, entre Ravena y Rimini, Italia, un 15 de junio de 1927. Después de transitar el mundo, falleció en Grandavaux, Suiza, el 20 de agosto de 1995. Provenía de una familia compuesta por franceses, anglosajones, venecianos. Tres mujeres fueron importantes en este período de la vida de Pratt: la yugoslava Gucky Wogerer, con la que se casó en Venecia en 1953 y con la que tuvo dos hijos (Lucas y Marina); Gisela Dester, que fue su asistente y después su compañera, y Anna Frogner, con la que tuvo otros dos hijos, Silvina y Jonás.

Ninguno de sus hijos acabaría dedicándose al cómic: Lucas trabajó en la inseminación de vacas en la Argentina y Jonás era matemático.

Entre 1949 y 1962 vivió en la Argentina. Trabajó junto a Oesterheld, Francisco Solano López, Juan Luis Salinas, José Muñoz. Participó de Editorial Abril y Editorial Frontera. Brindó clases de dibujo con Alberto Breccia en la Escuela Panamericana de Arte. Luego retomó su recorrido europeo. Su labor nos deleita en el presente.

GF

Autor del texto: Gabriel Fernández es el Director de La Señal Medios / y el Sindical Federal / Trabaja en el Area Periodística de Radio Gráfica.

Texto publicado en el periódico Conexión 2000 Arte y Cultura.