quarta-feira, 27 de abril de 2016

Los Mbyá-Guaraní y la leyenda de la Garganta del Diablo



Cuenta un amigo paraguayo, que no quiere que revele su nombre, que sus hermanos guaraníes le relataban así el origen de la Garganta del Diablo en Iguazú: después que Tupã, el dios de las selvas, terminó de crear todos los genios, monstruos, divinidades, y una gran variedad de bichos salvajes, quiso ponerlo a prueba al Aña, el diablo.

Aña era el mismo que mi abuelo Victoriano Unzaga llamabaSupay, el genio del mal. Dicen los paraguayos que Tupã estaba a la orilla del Paraná, el mar de los hombres de la tierra, usando las formas y la imagen de su criatura más perfecta, el hombre. Se hallaba el  Tupã entretenido en hacer figuritas de ñai'û, la arcilla negra de la selva, y las iba colocando en una fila.
De pronto se le apareció Aña con toda su mala intención de romperlas, pero antes de poder realizar su objetivo, Tupã -que hasta entonces aparentaba ser un simple mortal- les dio unos golpecitos con las palmas de las manos a las figuritas de arcilla, y en ese instante todas ellas, hasta entonces inanimadas, tomaron vida y antes que el diablo Aña las alcanzara, salieron volando.

Tupã había acabado de crear con dos palmadas al mbyju'i  –al que los españoles llamaron después golondrina. Entusiasmado, el dios hizo otros tantos bultitos de arcilla y le dio vida; enseguida salió aleteando un pajarito minúsculo y tornasolado, superando incluso su primera obra: había creado a  mainumby,el colibrí.
Aña le hirvió la sangre de envidia y empezó a copiarlo aTupã, y se puso a hacer figuritas de ñai'ü, poniéndolas también, como lo había visto hacer al dios, en una fila.

Tupã lo miraba al diablo sin decir nada. Cuando Aña terminó su tarea, orgulloso de su obra, y siempre imitándolo al dios, les dio unas palmadas a las figuras, tal como había observado a Tupã, pero sus figuritas, en vez de levantar vuelo, empezaron a dar enormes saltos. Es que el desastroso de Aña había creado akururú, el sapo y a ju'i, la rana de las selvas guaraníes.

El diablo soltó fuego y humo por la nariz y salió corriendo; horas después, todavía furioso y cansado por su ardua actividad de desparramar maldades, Añá paró por un momento su trajín milenario cuando llegó a la desembocadura del río Iguazú. Era la hora de la siesta, en la que los duendecitos verdes se le escapan a la Tía Gringa por los caminos de las Chacras en Catamarca. Pero en la provincia de Misiones el tiempo estaba más ameno, y el diablo se recostó para descansar. Durmió unos veinte minutos y se levantó; quiso refrescarse un poco y metió su  cráneo ígneo en el cauce del río de Aguas Grandes.
El río, con un gesto soberbio, tendió una sábana de aguas turbulentas sobre el cuerpo en llamas del Añá que -ingrato como buen diablo que era y amigo del Supay- se sintió tentado a tragarse de una vez todo el caudal que le ofrecía el Iguazú.
Trató a toda costa de engullirse al río, pero este, cuando vio que el demonio abría su bocaza volcánica, se enfureció y se la llenó de agua. Las fauces del infierno tropical temblaron con los rugidos y temblores que sacudieron la tierra avisándole a la selva que el agua lo derrotaba al fuego otra vez.
Endurecido de pronto, como el magma que se enfría de golpe, el cuerpo del Añá quedó prisionero para toda su vida eterna entre los montes y quebradas sumergidas en la Garganta del Diablo. El río le devolvía al diablo un rugido sostenido –elYriapú- envuelto en espuma y niebla.
Para los amigos de mi compañero paraguayo, los Mbya-Guaraníes de Misiones, esta parte del planeta es el Yvymaraey, o “la tierra sin males” que sus antepasados buscaban en sus largas migraciones, atrás de un eterno peregrinar.

 Fin.

Javier Villanueva, basado en una antigua leyenda de la tradición oral misionera. São Paulo, 29 de junio de 2012.

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