sexta-feira, 22 de julho de 2016

Dos cronistas y una misma batalla




Dos cronistas y una misma batalla
La historia es una sola, es verdad. Pero puede ser vista desde varios ángulos ideológicos, políticos, filosóficos o religiosos. Generalmente hay dos -o lo máximo tres- puntos de vista importantes por cada período histórico. Hoy tomé prestado estos dos textos del escritor, historiador y lingüista José Ignacio Iglesia Puig -el primero sobre la batalla de Covadonga, y el segundo sobre la 2ª república española, en su momento de separarse de la iglesia católica y de su visión de la historia y la política. (JV)
Dos cronistas y una misma batalla, la de Covadonga

Los cronistas eran personas que estaban de manera especial ligadas a los reyes, a quienes servían. Los cronistas tenían como misión fundamental el contar la historia de las hazañas reales y que quedara reflejo de las mismas para la posteridad. Por esta razón no nos ha de extrañar que, un mismo hecho sea contado de maneras diferentes según a quien se quiera ensalzar. Vamos a ver estas diferencias leyendo dos textos sobre un mismo suceso: la batalla de Covadonga. Uno está extraído de una crónica cristiana del Rey Alfonso III y el otro, de una musulmana. 

Texto tomado de La Brújula y el Astrolabio, de José Ignacio Iglesia Puig
Vea el texto completo en:
http://brujulayastrolabio.blogspot.com.br/?expref=next-blog 



La batalla de Covadonga tuvo lugar en el año 722 entre Don Pelayo, que contaba con unos 300 soldados y las tropas musulmanas de Munuza, gobernador del Norte musulmán. No se sabe a ciencia cierta si se trató de una batalla o bien de una simple escaramuza. Lo que si que es cierto es que los musulmanes fueron derrotados y esta batalla es considerada como el inicio de la Reconquista. 

Esto que sucedió hace mucho tiempo forma parte de la Historia. En esta entrada solamente se ofrecen los testimonios históricos de lo que sucedio y no se ofrece ningún juicio sobre los mismos. Toda guerra y toda batalla ocasionan dolor y sufrimiento innecesario en los dos bandos y no hay en esta entrada ningún deseo de resucitarlos ni siquiera de mantenerlos en medio de las difíciles circunstancias presentes. Mas bien al contrario, a pesar de la diferencia del punto de vista de las dos fuentes, hay un deseo de Paz. 

La batalla según fuentes cristianas:



"Pelayo se dirigió hacia la tierra montañosa, arrastró consigo a cuantos encontró camino de una asamblea y con ellos subió a un monte llamado Auseva y se refugió en la ladera de dicha montaña, en una cueva que sabía era segura. Desde ella envió mensajeros a todos los astures, que se congregaron en una junta y lo eligieron príncipe. Alqama, el dirigente musulmán, mandó entonces comenzar el combate y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Santa Virgen María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como Dios no necesita las lanzas, sino que da la victoria a quien quiere, los cristianos salieron de la cueva para luchar contra los caldeos; emprendieron éstos la fuga, se dividió en dos su hueste, y allí mismo fue al punto muerto Alqama. En el mismo lugar murieron 125000 caldeos" 
Crónica de Alfonso III 


La batalla según las fuentes musulmanas:



"Dice Isa ben Ahmand Al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim Al-Qalbi, se levantó en tierra de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos en Al-Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta llegar a Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca (la sierra) donde se refugió el rey llamado Belay (Pelayo) con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían qué comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en la hendidura de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo: ‘Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?’ En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reinado de Pelayo duró diecinueve años y el de su hijo dos. Después de ambos, reinó Alfonso, hijo de Pedro, abuelo de los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y se apoderaron de lo que los musulmanes les habían tomado" 

Del NAFH AL-TIB de AL-MAQQARI. Texto tomado de la “Historia de España” de Historia 16, tomo III, Pág. 92


"España ha dejado de ser católica"

Manuel Azaña (1880-1940)

La ruptura del consenso político, en los primeros meses de la II República, tiene un momento simbólico en la memoria de los españoles. El 13 de octubre de 1931, el debate sobre la futura Constitución alcanzó su punto culminante con el discurso del entonces ministro de la Guerra, Manuel Azaña. Este discurso contenía una frase muy importante que encuentras al principio de esta entrada. En esta frase se ha querido encontrar la fractura definitiva entre dos modos de entender la cultura y la política nacionales: «España ha dejado de ser católica».
Las graves palabras de Azaña no son fruto del apresuramiento acalorado de una réplica parlamentaria o del desliz involuntario de un comentario de tertulia. El próximo jefe del Gobierno (lo fue en los años 1931-1933, 1936), era la figura más destacada del republicanismo español por sus continuas intervenciones en el Congreso de los Diputados. Azaña basaba su ideario republicano en una triple ruptura: la forma de gobierno, la reforma social y el laicismo del Estado.
Por el valor simbólico y la voluntad política que Azaña quiso inculcar a sus palabras, merece la pena detenerse en la que fue una de las intervenciones más brillantes y mejor medidas del líder republicano en la Cámara.

En aquel discurso aparecía clara la voluntad de liquidar una legislación que se juzgaba superada por los acontecimientos y la modernización de la sociedad española.
Las leyes habían de reformarse para ser «garantía de estabilidad en la continuación», nunca baluarte de «la obstrucción y del retroceso». Los legisladores tenían que dar solución política al desajuste entre las instituciones y la voluntad social pero no debían contentarse con la pura y simple certificación de cambios impuestos por el humor de la opinión pública. Por esta razón no puede reprocharse a Azaña, en el más famoso de sus discursos, ni improvisación, ni frivolidad ni, menos aún, un populismo anticlerical.

La idea de España se tomaba tan en serio en aquél tiempo, que a ella se subordinaban la acción del legislador y la reflexión del dirigente político. La meditación sobre nuestra cultura le había llevado a Azaña al convencimiento de que España había dejado de ser católica. Si el dirigente republicano negaba el carácter católico de la España de 1931 era porque la comparaba con la que en otras épocas se había distinguido por propagar el mensaje del catolicismo en buena parte del mundo.
El catolicismo se apoyó en el brazo imperial y el poderío político de España especialmente en los siglos XVI y XVII, en los años del Renacimiento y la Contrarreforma. «Allí está todavía la Compañía de Jesús, creación española, obra de un gran ejemplar de nuestra raza, y que demuestra hasta qué punto el genio del pueblo español ha influido en la orientación del gobierno histórico y político de la Iglesia de Roma». Esa España identificada con la religión católica, esa España puesta al servicio de una misión espiritual que dio sentido a la cultura nacional no existía ya en 1931, pensaba Azaña. España había dejado de ser católica para Azaña, porque nuestra nación ya no podía identificar su ideario con el catolicismo que la inspiró en los comienzos de la Edad Moderna.

En aquella frase provocadora y meditada latía, sin embargo, el deseo de articular cualquier reforma sobre la certeza del mantenimiento de una tradición, sobre el respeto y, desde luego, superación de lo que había sido inspiración ideológica de una nación, sustancia de una empresa colectiva, idea creadora de una larga trayectoria histórica de Occidente.


(Tomado de http://www.abc.es Modificado por José I. Iglesia Puig el día 1 de Diciembre de 2014)

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