Dos
cronistas y una misma batalla
La historia es una sola, es verdad. Pero
puede ser vista desde varios ángulos ideológicos, políticos, filosóficos o
religiosos. Generalmente hay dos -o lo máximo tres- puntos de vista importantes
por cada período histórico. Hoy tomé prestado estos dos textos del escritor,
historiador y lingüista José Ignacio Iglesia Puig -el primero sobre la batalla
de Covadonga, y el segundo sobre la 2ª república española, en su momento de
separarse de la iglesia católica y de su visión de la historia y la política.
(JV)
Dos cronistas y una misma
batalla, la de Covadonga
Los cronistas eran
personas que estaban de manera especial ligadas a los reyes, a quienes servían.
Los cronistas tenían como misión fundamental el contar la historia de las
hazañas reales y que quedara reflejo de las mismas para la posteridad. Por esta
razón no nos ha de extrañar que, un mismo hecho sea contado de maneras
diferentes según a quien se quiera ensalzar. Vamos a ver estas diferencias
leyendo dos textos sobre un mismo suceso: la batalla de Covadonga. Uno está
extraído de una crónica cristiana del Rey Alfonso III y el otro, de una
musulmana.
Texto tomado de La Brújula y el
Astrolabio, de José
Ignacio Iglesia Puig
Vea el texto completo
en:
http://brujulayastrolabio.blogspot.com.br/?expref=next-blog
La batalla de Covadonga
tuvo lugar en el año 722 entre Don Pelayo, que contaba con unos 300 soldados y
las tropas musulmanas de Munuza, gobernador del Norte musulmán. No se sabe a
ciencia cierta si se trató de una batalla o bien de una simple escaramuza. Lo
que si que es cierto es que los musulmanes fueron derrotados y esta batalla es
considerada como el inicio de la Reconquista.
Esto que sucedió hace
mucho tiempo forma parte de la Historia. En esta entrada solamente se ofrecen
los testimonios históricos de lo que sucedio y no se ofrece ningún juicio sobre
los mismos. Toda guerra y toda batalla ocasionan dolor y sufrimiento
innecesario en los dos bandos y no hay en esta entrada ningún deseo de
resucitarlos ni siquiera de mantenerlos en medio de las difíciles
circunstancias presentes. Mas bien al contrario, a pesar de la diferencia del
punto de vista de las dos fuentes, hay un deseo de Paz.
La batalla
según fuentes cristianas:
"Pelayo se dirigió
hacia la tierra montañosa, arrastró consigo a cuantos encontró camino de una
asamblea y con ellos subió a un monte llamado Auseva y se refugió en la ladera
de dicha montaña, en una cueva que sabía era segura. Desde ella envió
mensajeros a todos los astures, que se congregaron en una junta y lo eligieron
príncipe. Alqama, el dirigente musulmán, mandó entonces comenzar el combate y
los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las
hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se
lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las
piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Santa Virgen
María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban
y mataban a los caldeos. Y como Dios no necesita las lanzas, sino que da la
victoria a quien quiere, los cristianos salieron de la cueva para luchar contra
los caldeos; emprendieron éstos la fuga, se dividió en dos su hueste, y allí
mismo fue al punto muerto Alqama. En el mismo lugar murieron 125000
caldeos"
Crónica de Alfonso
III
La batalla según las
fuentes musulmanas:
"Dice Isa ben
Ahmand Al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim Al-Qalbi, se levantó en
tierra de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los
cristianos en Al-Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún
quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando
contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país
hasta llegar a Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado
Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca (la sierra) donde se
refugió el rey llamado Belay (Pelayo) con trescientos hombres. Los soldados no
cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en
su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían qué comer sino la
miel que tomaban de la dejada por las abejas en la hendidura de la roca. La
situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron
diciendo: ‘Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?’ En el año 133
murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reinado de Pelayo duró diecinueve años
y el de su hijo dos. Después de ambos, reinó Alfonso, hijo de Pedro, abuelo de
los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy y se apoderaron
de lo que los musulmanes les habían tomado"
Del NAFH AL-TIB de
AL-MAQQARI. Texto tomado de la “Historia de España” de Historia 16, tomo III,
Pág. 92
Publicado por José Ignacio
Iglesia Puig en 21:29 No hay
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Etiquetas: Al-ándalus, Reinos
Cristianos del Norte, Siglo VIII
"España
ha dejado de ser católica"
Manuel Azaña
(1880-1940)
La ruptura del
consenso político, en los primeros meses de la II República, tiene un momento
simbólico en la memoria de los españoles. El 13 de octubre de 1931, el debate
sobre la futura Constitución alcanzó su punto culminante con el discurso del
entonces ministro de la Guerra, Manuel Azaña. Este discurso contenía una frase
muy importante que encuentras al principio de esta entrada. En esta frase se ha
querido encontrar la fractura definitiva entre dos modos de entender la cultura
y la política nacionales: «España ha dejado de ser católica».
Las graves palabras
de Azaña no son fruto del apresuramiento acalorado de una réplica parlamentaria
o del desliz involuntario de un comentario de tertulia. El próximo jefe del
Gobierno (lo fue en los años 1931-1933, 1936), era la figura más destacada del
republicanismo español por sus continuas intervenciones en el Congreso de los
Diputados. Azaña basaba su ideario republicano en una triple ruptura: la forma
de gobierno, la reforma social y el laicismo del Estado.
Por el valor
simbólico y la voluntad política que Azaña quiso inculcar a sus palabras,
merece la pena detenerse en la que fue una de las intervenciones más brillantes
y mejor medidas del líder republicano en la Cámara.
En aquel discurso
aparecía clara la voluntad de liquidar una legislación que se juzgaba superada
por los acontecimientos y la modernización de la sociedad española.
Las leyes habían de
reformarse para ser «garantía de estabilidad en la continuación», nunca
baluarte de «la obstrucción y del retroceso». Los legisladores tenían que dar
solución política al desajuste entre las instituciones y la voluntad social
pero no debían contentarse con la pura y simple certificación de cambios
impuestos por el humor de la opinión pública. Por esta razón no puede
reprocharse a Azaña, en el más famoso de sus discursos, ni improvisación, ni
frivolidad ni, menos aún, un populismo anticlerical.
La idea de España
se tomaba tan en serio en aquél tiempo, que a ella se subordinaban la acción
del legislador y la reflexión del dirigente político. La meditación sobre
nuestra cultura le había llevado a Azaña al convencimiento de que España había
dejado de ser católica. Si el dirigente republicano negaba el carácter católico
de la España de 1931 era porque la comparaba con la que en otras épocas se
había distinguido por propagar el mensaje del catolicismo en buena parte del
mundo.
El catolicismo se
apoyó en el brazo imperial y el poderío político de España especialmente en los
siglos XVI y XVII, en los años del Renacimiento y la Contrarreforma. «Allí está
todavía la Compañía de Jesús, creación española, obra de un gran ejemplar de
nuestra raza, y que demuestra hasta qué punto el genio del pueblo español ha
influido en la orientación del gobierno histórico y político de la Iglesia de
Roma». Esa España identificada con la religión católica, esa España puesta al
servicio de una misión espiritual que dio sentido a la cultura nacional no
existía ya en 1931, pensaba Azaña. España había dejado de ser católica para
Azaña, porque nuestra nación ya no podía identificar su ideario con el
catolicismo que la inspiró en los comienzos de la Edad Moderna.
En aquella frase
provocadora y meditada latía, sin embargo, el deseo de articular cualquier
reforma sobre la certeza del mantenimiento de una tradición, sobre el respeto
y, desde luego, superación de lo que había sido inspiración ideológica de una
nación, sustancia de una empresa colectiva, idea creadora de una larga
trayectoria histórica de Occidente.
(Tomado de http://www.abc.es Modificado por José I. Iglesia
Puig el día 1 de Diciembre de 2014)