La carta en que Bernardo O'Higgins reconoce la
Independencia de la Nación Mapuche
Texto e imagen de El
Mostrador, Chile.
Antes de educarse en Lima o Inglaterra, Bernardo O’Higgins
Riquelme estudió en el Colegio
de Naturales de Chillán, actual Colegio San Buenaventura. A este colegio,
construido por los jesuitas en 1697, pero regido por los franciscanos desde
1786, asistían obligatoriamente los hijos de los caciques mapuche de la zona
(Chillán, Los Ángeles, Concepción).
Los colegios naturales eran conventos y los niños
permanecían internados. O’Higgins tuvo de compañeros de curso a los hijos de
los lonkos, con quienes
estudió, durmió, comió, jugó y aprendió la lengua mapuche y seguramente las
historias de los héroes de sus amigos, como el joven cacique Lautaro.
Esta faceta poco conocida de la vida de O’Higgins habría
sido determinante para que, siendo ya Director Supremo del Estado de Chile,
enviara a los lonkos y caciques del sur la siguiente
carta, fechada en marzo de 1819, que vale la pena revisar cuando este miércoles
se conmemora un nuevo aniversario de su natalicio, registrado en Chillán el 20
de agosto de 1778:
"El Supremo Director del Estado a nuestros
hermanos los habitantes de la frontera del Sud.
Chile acaba de arrojar de su territorio a sus enemigos
después de nueve años de una guerra obstinada y sangrienta. Sus fuerzas
marítimas y terrestres, sus recursos y el orden regular que sigue la causa
americana en todo el continente, forman un magnífico cuadro, en que mira
afianzada su Independencia.
Las valientes tribus de Arauco, y demás indígenas de la
parte meridional, prodigaron su sangre por más de tres centurias defendiendo su
libertad contra el mismo enemigo que hoy es nuestro. ¿Quién no creería que
estos pueblos fuesen nuestros aliados en la lid a que nos obligó el enemigo
común? Sin embargo, siendo idénticos nuestros derechos, disgustados por ciertos
accidentes inevitables en guerra de revolución, se dejaron seducir de los jefes
españoles. Esos guerreros, émulos de los antiguos espartanos en su entusiasmo
por la independencia, combatieron encarnizadamente contra nuestras armas,
unidos al ejército real, sin más fruto que el de retardar algo nuestras
empresas y ver correr arroyos de sangre de los descendientes de Caupolicán, Tucapel,
Colocolo, Galvarino, Lautaro y demás héroes, que con proezas brillantes
inmortalizaron su fama.
¿Cuál habría sido el fruto de esta alianza en el caso de
sojuzgar los españoles a Chile? Seguramente el de la pronta esclavitud de sus
aliados. Los españoles jamás olvidaron el interés que tenían en extenderse
hasta los confines del territorio austral. Sus preciosas producciones, su
incomparable ferocidad, y su situación local, han excitado siempre su ambición
y codicia. Con este objeto han mantenido continua guerra contra sus habitantes,
suspendiéndola sólo cuando han visto que no hay fuerza capaz de sujetar a unos
pueblos que han jurado ser libres a costa de todo sacrificio. Pero no han
desistido de sus designios, pues en los tiempos que suspendieron las armas
fomentaron la guerra intestina, para que destruyéndose mutuamente los
naturales, les quedase franco el paso a sus proyectos. Entre tanto el comercio
no era sino un criminal monopolio; la perfidia, el fraude, el robo y en fin
todos los vicios daban impulso a sus relaciones políticas y comerciales.
Pueblos del Sud, decidme si en esto hay alguna exageración;
y si por el contrario apenas os presento un lisonjero bosquejo de la conducta
española, convendreis precisamente en que dominando España a Chile, se hubiera
extendido sobres vuestros países como una plaga desoladora, concluyendo con
imponeros su yugo de fierro que acaso jamás podríais sacudir.
En el discurso de la guerra pensé muchas veces hablaros
sobre esto, y me detuve porque conocí que estabais muy prevenidos a cerrar los
oídos a la voz de la verdad.
Ahora que no
hay un motivo de consideración hacia vosotros, ni menos a los españoles, creo
me escucharéis persuadidos de que solo me mueve el objeto santo de vuestro bien
particular y del común del hemisferio chileno.
Nosotros hemos jurado y comprado con nuestra sangre esa
Independencia, que habéis sabido conservar al mismo precio. Siendo idéntica
nuestra causa, no conocemos en la tierra otro enemigo de ella que el
español.
No hay ni
puede haber una razón que nos haga enemigos, cuando sobre estos principios
incontestables de mutua conveniencia política, descendemos todos de unos mismos
Padres, habitamos bajo de un clima; y las producciones de nuestro territorio,
nuestros hábitos y nuestras necesidades respectivas no invitan a vivir en la
más inalterable buena armonía y fraternidad.
El sistema liberal nos obliga a corregir los antiguos
abusos del Gobierno español, cuya conducta antipolítica diseminó entre vosotros
la desconfianza. Todo motivo de queja desaparecerá si restablecemos los
vínculos de la amistad y unión a que nos convida la naturaleza. Yo os ofrezco como Supremo magistrado del
pueblo chileno que de acuerdo con vosotros se formarán los pactos de nuestra
alianza, de modo que sean indisolubles nuestra amistad y relaciones sociales.
Las base sólidas de la buen fe deben cimentarlas, y su
exacta observancia producirá la felicidad y seguridad de todos nuestros
pueblos. Se impondrá penas severas a los infractores, que se ejecutarán a vista
de la parte ofendida, para que el ejemplo reprima a los díscolos.
Nuestras Escuelas estarán abiertas para los jóvenes
vuestros que voluntariamente quieran venir a educarse en ellas, siendo de
cuenta de nuestro Erario todo costo. De este modo se propagarán la civilización
y luces que hacen a los hombres sociales, francos y virtuosos, conociendo el
enlace que hay entre los derechos del individuo y los de la sociedad; y que
para conservarlos en su territorio es preciso respetar los de los pueblos
circunvecinos. De este conocimiento nacerá la confianza para que nuestros
comerciantes entren a vuestro territorio sin temor de extorsión alguna, y que
vosotros hagáis lo mismo en el nuestro, bajo la salvaguardia del derecho de
gentes que observaremos religiosamente.
Me lleno de complacencia al considerar hago estas
proposiciones a unos hombres que aman su independencia como el mejor don del
Cielo; que poseen un talento capaz de discernir las benéficas intenciones del
pueblo chileno; y que aceptándolas, desmentirán el errado concepto de los
europeos sobre su trato y costumbres,
Araucanos,
cunchos, huilliches y todas las tribus indígenas australes: ya no os habla un
Presidente que siendo sólo un siervo del rey de España afectaba sobre vosotros
una superioridad ilimitada; os habla el jefe de un pueblo libre y soberano, que
reconoce vuestra independencia, y está a punto a ratificar este reconocimiento
por un acto público y solemne, firmando al mismo tiempo la gran Carta de
nuestra alianza para presentarla al mundo como el muro inexpugnable de la
libertad de nuestros Estados.
Contestadme por el conducto del Gobernador Intendente de
Concepción a quien he encargado trate este interesante negocio, y me avise de
nuestra disposición para dar principio a las negociaciones. Entre tanto aceptad
la consideración y afecto sincero con que desea ser vuestro verdadero amigo.
Bernardo O’Higgins R.
SANTIAGO, Sábado 13 de Marzo de 1819".
(Fuentes:
Educar Chile y Mapuexpres)
Javier
Villanueva, Literatura
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