sexta-feira, 25 de agosto de 2017

Esa vieja costumbre de migrar, emigrar e inmigrar.





Esa vieja costumbre de migrar, emigrar e inmigrar.


San Pablo, Brasil, 13 de septiembre de 1979

“– Argentina empezó su formidable expansión con la “Campaña al Desierto” de 1879 de Julio Roca, que los indios prefieren llamar “conquista” de la Patagonia, y que la historia oficial ve como “la última guerra por la ocupación definitiva del territorio nacional”– cuenta Victoriano.

– Hasta entonces se trataba de frenar a los furiosos malones que desolaban la pampa con recursos ingenuos, como cavar un foso de más de 600 kilómetros. Mientras el país se ataba cada vez más al Imperio Británico, su flamante ejército y marina seguían el molde rígido del modelo militar  prusiano–  carraspea, le da el mate a Victoriano y sigue, académico, doctoral, Anibal Fuentes.

– La elite, mezcla única de expatriados españoles e italianos de cultura afrancesada, imaginaba a Argentina, tal vez sin darse cuenta de lo que eso significaba, como la nueva Europa de las Américas– alarga su perorata Anibal.

– Además, Sarmiento había llenado el país de escuelas que eran ejemplares para su época, con maestras venidas desde la mismísima Inglaterra, como en la escuela Normal de Catamarca–  agrega el doctor, y le da el mate a doña Eufemia.  
Después de más de ciento treinta años -con nuevas políticas y sucesión de próceres, héroes y bandidos- los partidos en el poder también han cambiado, variando sus diferentes discursos. Esto fue gradual en las raras primaveras democráticas, o abrupto, por vía de golpes militares; incluso en los pocos años de agitación casi revolucionaria, como en la primera mitad de los 70. 
Pero los sujetos anónimos, la masa de inmigrantes por ejemplo, un mero instrumento de la ocupación territorial después de la invasión al Desierto, no ha podido formarse aún una identidad nacional  y que le sea propiaLos nietos del inmigrante de ayer, hoy quieren irse; sueñan con volver a emigrar, pero ahora hacia Europa, la vieja seductora de siempre. 
El bisnieto del antiguo inmigrante busca la doble ciudadanía, se desespera por el pasaporte de sus abuelos, que ya no es un papel ocre en el que cien años atrás se veía una cara triste, con la mirada de un ser casi sin esperanzas, que venía a América a rescatarse y tratar de encontrarse como ser humano. 
No, lo que desean ardientemente ahora los nietos de aquél anacrónico desesperado de otro siglo, cuando Europa entera pasaba por hambrunas feroces y se debatía entre la paz y la guerra, es el salvoconduto de la Unión Europea– completa Anibal.”


23 de abril de 2006, seis menos veinte de la tarde.

El avión de la Varig carretea unos trescientos metros, pero se para de golpe antes de llegar a la cabecera de la pista y baja la potencia de los motores, gira y se vuelve lento, exasperante, hacia el aeropuerto. Supongo que debe haber algún desperfecto serio, pero nadie informa nada y yo tampoco me preocupo demasiado, aunque pierdo el sueño que normalmente me ataca en los despegues del avión; y vuelvo al “Laprida” de 200 hojas con los manuscritos de mi viejo:

San Pablo, Brasil, 19 de septiembre de 1979

“–El mundo entero cambió, y aquella Argentina de los hombres del liberalismo de los años 80 es un sueño que se deshace, hundiéndose de a poco– dice Fuenzalida cuando le parece que el doctor Anibal Fuentes hace un descanso en su discurso sociológico.

 –Y la desilusión y el fracaso del pobre, o del hombre de clase media, brasileño o argentino, se repiten en centenas de lugares en todo el mundo. Pero, por otro lado, cuando un inmigrante negocia sus productos de contrabando en cualquier callecita de Europa, listo para huir de la policía, queda claro que, muy pronto, ese viejo continente va a ser tan mestizo como lo son hoy América o Asia– agrega.  

Y por racionalismo o mera culpabilidad, habrá acabado en Europa la odiosa pretensión de hegemonía egoísta que sacude en ciclos de terror al resto del mundo desde el medioevo. –  lo mira de reojo a Anibal, nota que Victoriano hace una mueca imperceptible de cansancio o de fastidio y se calla, Cacho Fuenzalida.  

Perder la memoria de la inmigración nos hace olvidar que mitad de nuestros bisabuelos llegaron al país, engatuzados con las falsas promesas de tierra y libertad, radiantes actores de una monumental fuga en masa, nunca vista antes, de la población europea pobre hacia América– insiste Anibal Fuentes.

Aquí pedían con urgencia una mano de obra barata, y nuestros antepasados, plantadores o artesanos pobres, sobraban en el centro y en el sur europeos, que seguían muy lentos en sus industrias. Huían de países asolados por la estupidez de las eternas guerras.

Sus patrias, casi sin salidas pacíficas y duraderas, les abrían la cabeza para un ideal de aventuras, que traía el dolor del exilio, la emigración y la nostalgia– dice Anibal, cuyos padres llegaron de Barcelona un mes antes que las tropas fascistas de Franco tomasen la ciudad y fusilasen al abuelo, militante del anarcocomunismo sindical.”

Desde mi cama de enfermo, sin poder intervenir en la charla, pero sin perderme palabra de lo que se habla, me desvío por un lado más humano y cómico del tema, recordando que después de la caída de la República, miles de españoles cruzaron los Pirineos hacia el sur de Francia, esperando solidariedad del gobierno socialista de León Blum, que por fin los encerraría en campos de refugiados. Y así fue que a los españoles en Francia, a medida que salían del confinamiento y se ponían a trabajar, con cariño o con desprecio, los conocieron como “espangouin”. 

Sí, así es– dice Anibal– les decían “pingouin espagnol”, porque la mayoría, al llegar a París, trabajaban de mozos y camareros en restaurantes, de frac, en blanco y negro, como los pingüinos– y se extiende otra vez, entusiasta en su floreo enciclopédico, nuestro docto Dr. Anibal Fuentes.

Siento que me vuelve de a poco la fiebre, y me acuerdo que Anibal decía que, al final de la guerra de España, como muchos combatientes obreros jugados por la República, Juanjo, un hermano de su abuelo, había entrado al PCE. El tío abuelo del doctor sintió en la propia carne la ferocidad de Franco para exterminar a los vencidos. Fue preso en los campos de trabajo forzado en el norte de África. 
Se fugó, refugiándose en Argelia, donde trabajó como oficial metalúrgico.  Aprovechó un indulto y volvió a España en 1957; en Madrid entró en la fábrica Perkins.
Como otros muchos luchadores de las Comisiones Obreras, Juanjo Fuentes fue juzgado por el Tribunal de Orden Público franquista y enviado a prisión. 
Saldría de la cárcel diez días después de la muerte de Franco, pero todavía lo detuvieron una vez más, en diciembre 1975. Y la enfermera entra con los remedios mientras Victoriano sale despacio, y yo siento que me adormezco y sueño.


23 de abril de 2006, seis y diez  de la tarde.

Bajamos del avión y volvemos a las salas de espera; nadie explica nada y sigo leyendo. Aunque no entiendo bien hacia adónde apuntan las anotaciones del viejo en el “Laprida”, sí coincido con sus conceptos. Y es que la inmigración que él describe, de millones de miserables europeos entre el siglo XIX y el XX, fue precedida aquí por un racismo despiadado que idealizaba todo lo que era del viejo mundo, mientras postergaba y ultrajaba a nuestros criollos y mestizos. El Martín Fierro denuncia esa política que prepara la aniquilación del indio y la marginación del gaucho, acciones que irían a inaugurar esa nueva realidad social.

Casi me duermo con el cuaderno en las manos, hasta que los parlantes anuncian por fin, después de dos horas de espera en el zaguán de Guarulhos, que el vuelo de la Varig São Paulo-Porto Alegre-BsAs va a salir dentro de 45 minutos; vuelvo al manuscrito:

“– La América mestiza se fue forjando desde Méjico hacia el sur, como el más asombroso efecto del nuevo mundo: los millones que hoy hablan portugués y castellano, sintetizan centenas de culturas, nativas o importadas, que fueron proscritas y doblegadas por la fuerza de la espada y de la cruz. Todos fueron sometidos: como luego lo serían los indios acá, también lo eran los propios colonizadores allá en Europa, ya que en su mayoría venían del sur miserable de España– dice Fuenzalida, –y muchos de esos conquistadores rudos eran árabes o judíos, cristianizados a los porrazos. Marginados, los cristianos nuevos, judíos en realidad, lograron pasar a través de Portugal y llegar hasta aquí, escondiendo su calidad de conversos. Y más relegados eran los negros traídos en cadenas, o los chinos llevados a Chile y al Perú, cuando se les acabaron los esclavos negros. 

Por fin, también fueron sometidos y degradados los italianos, vascos, gallegos y catalanes inmigrantes, todos expulsados de Europa, porque sobraban en la producción, que allá en sus patrias no tenía donde más aprovecharlos–  remarca mi primo Raúl, le devuelve el mate a Eufemia, y termina su largo comentario. 

– Argentina y toda América Latina son el fruto mestizo de una cultura de sometidos, y olvidarlo es negar nuestra esencia–chupa el último trago del chala, exhala el humo azul y dice, muy bajo, Victoriano.”

23 de abril de 2006, siete y veinticinco de la tarde.

Otra vez el avión carretea por la pista pero esta vez despega sin más demoras; a pesar del problema que no fue informado, salimos sin otros imprevistos; el comandante informa que en pocos minutos llegaremos a la altura de crucero, los 10 mil metros, y van a servir el almuerzo; salgo de la modorra y voy al baño a mojarme la cara; ni bien entro, empieza una cierta turbulencia y me vuelvo al asiento. Retomo la lectura del “Laprida”, que cada vez parece más un conjunto de apuntes sin una línea clara de pensamiento. Sigo la lectura:


Continuará

J.V. São Paulo, enero de 2006. Trecho de la novela "De utopías y amores, de demonios y héroes de la patria".

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